Sede Castagnino
Del 18.07.14 al 30.09.14

La colección Gambartes

Un homenaje a Emilio Ellena

Gambartes, Leónidas

Las 31 obras en exposición, que formaron parte de la colección particular de Emilio Ellena, intentan dar cuenta de la entrañable amistad que unió a dos grandes referentes de las artes.

Foto de sala
Foto de sala
Foto de sala

"Gambartes nació y vivió en Rosario. Fue un ser desproporcionado a su lugar geográfico, a su tiempo, a quienes lo rodeamos. Tuve el regalo de su amistad desde comienzos de 1954 hasta su muerte en 1963. A pesar del infinito desnivel encontró la forma de hacerme crecer, de darme elementos que me permitieran vivirlo a él y a su obra. Y su generosidad no sólo estuvo dedicada a mi; casi imposible no lo hiciera con quienes se le acercaran. Pocos pueden imaginar los inconvenientes que debió superar este tremendo solitario para poder pintar. La sobrevivencia lo obligó a trabajar como cartógrafo en una oficina pública, debiendo a diario desplazarse hasta la periferia de la ciudad en una jornada que empezaba antes de la salida del sol y terminaba después de mediodía. No creo que haya habido un segundo de su vida en que no haya pensado en su pintura, pero la materializaba en cortas sesiones que iban desde su regreso del ministerio hasta el anochecer en que –para nuestra suerte– salía a reunirse con amigos. Los fines de semana la dedicación era todo lo mayor que la cotidianeidad familiar lo permitía. En esos períodos materializó su obra. Los pequeños formatos le ayudaban a soportar sus limitaciones visuales. Una brizna en uno de sus ojos le permitía ver sin deformación una superficie no mayor a los treinta por cuarenta centímetros. Tal vez menor. Las obras de gran formato surgían mediante el trazado de las líneas fundamentales de la composición y luego las pintaba por mosaicos que increíblemente yuxtaponía. Existe una foto, Leo trabajando en su obra Bestiario, que lo documenta.

Lógicamente estas dificultades condicionaron, desde que surgieron totalmente su vida y contribuyeron a la creación de un mundo mágico, de fuerza igual al que buscaba en sus pinturas. Caminaba sin ver, armaba collages de fragmentos de películas que había visto con real interés antes de comenzar su problema y generaba, de lo cotidiano, realidades sorprendentes. Todo tenía la posibilidad de transformarse en un acontecimiento, podía parar el taxi que alguien había divisado con el grito de taxi-cab derivado de las películas negras americanas de fines de la década del 30 o comienzos de los 40. Recreaba todo en una dimensión monumental, tomar un café podía ser planteado como un gran evento. Siempre, el margen para la sorpresa...

Grela, Piccoli, Garrone, entre otros, realizaron figuras volumétricas muy cercanas a los tratamientos del joven maestro (Berni). Pero ya entonces –Gambartes tenía 24 años– prefirió registrar esos aportes, como hizo toda su vida, a través de una discreta relectura. Su acuarela Lunes (Museo Municipal Juan B. Castagnino), con la que gana el primer premio de su vida, los recoge de una forma silenciosa, alejada de lo evidente. Basta para ello ver con cuidado en esa obra el plano de los adoquines de la calle.

La América de Gambartes eran sus propias, míticas, profundas verdades. Y así al salir a la búsqueda de sus payés, de los dioses de la tierra, que podía llevarlo a la concreción de imágenes que daban una equivalencia isomórfica de esos entes o bien a materializarlos en las imágenes de los seres que los convocaban, que convivían con ellos; ya sea en su forma evidente, en el caso de sus curanderas, sus tiradores de cartas; o en los aparentemente menos involucrados –pero que tal vez los alojaban en la dimensión más profunda– sus seres cotidianos, las lavanderas, las teñidoras de tejidos, las tomadoras de mates solitarios o compartidos, la gente que lo rodeaba. Son posiblemente estos últimos quienes le regalaron con generosidad ese mundo que reveló con su obra hasta el último día de su vida. Esa calurosa tarde de verano pintó hasta que el derrame lo obligó a dejar el caballete a la misma hora crepuscular que lo hacía en las jornadas de pintura.

Cuando la búsqueda, descubrimiento y registro de sus personajes místicos lo agotaban hasta casi destruirlo se refugiaba en la memoria de Klee, que le inspiró los fondos de sus insectos, de algunos de sus acuarios o le ayudó en sus registros de formas que más presentía que veía, en sus caminatas por el borde del río Paraná...         

Sabía repetir un fragmento del epitafio de Paul Klee: “Me siento tan bien entre los muertos como entre aquellos que aún no han nacido”. Eso nos ayudó cuando su cansancio lo transformó en silencio. Y aún nos ayuda".


Emilio Ellena, fragmentos del texto Memoria, Santiago de Chile, marzo de 1998.