Colección Castagnino+macro

Los dibujos de retratos realizados a lápiz como Figura, firmado por Carlos Descalzo en 1838, eran frecuentes en el Río de la Plata hacia 1830.  La obra se inscribe en una etapa que coincide con el segundo período de gobierno de Juan Manuel de Rosas, que se caracteriza por cierto impulso de las actividades artísticas resultado de la influencia y actividad de los artistas extranjeros, la introducción de la litografía y el auge del género, sometido a pautas que se determinaban desde el poder. Los valores culturales neoclásicos anteriores a 1930 caducaban y “eran reemplazados por la filosofía romántica liberal, que en el arte se traducía en un tono romántico que coexistía con formas académicas y neoclásicas”[1]. Pero en Figura todavía son evidentes las características de las versiones vernáculas más severas del academicismo y el neoclasicismo europeo. Es una composición rígida, posiblemente inspirada en grabados, que representa el busto de una mujer joven que lleva un atuendo a la moda de la época, con los hombros descubiertos, el cabello recogido con bucles, collar al cuello y una miniatura  con la imagen de un hombre prendida en el escote. Las miniaturas también fueron encargos frecuentes a principios de siglo, los pintores de retratos publicitaban en la prensa local este tipo de técnica, que suponía un oficio delicado, consistente en la aplicación de pigmentos en forma de diminutos puntos o rayas sobre una superficie de marfil previamente tratada con goma arábiga, que por su liviandad permitía la fabricación de medallones.

Mas tarde la circulación de dibujos y pinturas de retratos decayó y comenzó la difusión del daguerrotipo, que ofrecía un mayor parecido físico de los modelos, recibido con entusiasmo por el público. Descalzo derivó su interés hacia el daguerrotipo primero y a la fotografía después resultando estas tareas más representativas y reconocidas en el marco de su actividad artística.  

 

Bibliografía

GESUALDO, VICENTE, Enciclopedia del arte en América, Biografías III, Buenos Aires: Bibliográfica Omeba, 1969.

NESSI, ANGEL  OSVALDO, “Argentina en el arte. Siglo XIX”, en Historia Crítica del Arte Argentino, Buenos Aires: Asociación de Críticos de Arte, 1995.

PACHECO; MARCELO, Cándido López, Buenos Aires: Ediciones Banco Velox, 1998.

RIBERA, ADOLFO LUIS, “La Pintura” en Historia General del Arte en la Argentina, Buenos Aires: Academia Nacional de Bellas Artes, 1984.

LÓPEZ, ANAYA, JORGE, Historia del arte argentino, Buenos Aires: Emecé, 1997.

MUNILLA LACASA, MARIA LIA, “Siglo XIX: 1810-1870”, en BURUCUA, JOSE EMILIO (Dirección de tomo), Nueva Historia Argentina, Arte Sociedad y Política, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1999.

 

María de la Paz López Carvajal

 

 

[1] LOPEZ ANAYA, 1997, p. 18.




Descalzo, Carlos

Buenos Aires, 1813
Buenos Aires, 1879

Pintor criollo activo en Buenos Aires a mediados del siglo XIX, fue contemporáneo de Carlos Morel. Dedicó su obra a los retratos y a los temas históricos. Luego de 1850 se dedicó a la daguerrotipia en su tienda de la calle Merced 35. Alrededor de 1860 se asoció con Paulino Benza para realizar retratos al óleo y fotografías sobre papel, cobre y vidrio, trasladando su taller a la calle del Buen Orden 74. En la década de 1870, mudó su estudio a la calle Artes 110 con el nombre de "Descalzo e Hijos". También ejerció la docencia y entre sus alumnos más destacados se encuentra Cándido López. Es autor del óleo La batalla del Arroyo Grande, que se conserva en el Museo Histórico Nacional y de Retrato de Ignacio Descalzo (y sus nietos) del Museo Nacional de Bellas Artes.

Si bien la producción artística de la primera mitad de siglo XIX en el Río de la Plata ha sido considerada de limitada importancia, el retrato adquirió luego de la Revolución de Mayo y con el correr de las primeras décadas un desarrollo repentino por la cantidad de encargos provenientes de las familias de mayores recursos de Buenos Aires, que abiertas ahora a las costumbres y modas europeas comisionaban sus figuras  para “perdurar y ser recordados con posteridad”[1]. La novedosa aparición del género renovó las imágenes de tema religioso abundantes durante el período colonial e inició una ocupación rentable para la vocación artística, que condicionó la llegada de pintores extranjeros a la ciudad. La enseñanza del dibujo se había institucionalizado oficialmente desde principios del siglo con el aliento de Manuel Belgrano y el fraile recoleto Francisco de Paula Castañeda, quienes insistieron en la creación de una escuela para su enseñanza elemental[2]. En 1815 inició sus actividades la Escuela de Dibujo del Consulado a cargo de José Guth y en 1822, una vez abierta la Universidad de Buenos Aires se creó una cátedra de Dibujo que se incorporó al departamento de Ciencias Exactas y que funcionó a la par de academias privadas dirigidas en su mayoría por artistas europeos. La línea de trabajo de José Guth insistía en la perfección de la técnica lograda con el “minucioso sombreado a lápiz tomando los grabados como modelo”[3] y más tarde, la escuela bajo la dirección de Pablo Caccianiga “respondía a la preceptiva académica tradicional, por lo que consideraba fundamental lo relativo a la figura”[4]. El dibujo “considerado básico en la enseñanza artística tradicional, como expresión autónoma fue practicado con extraordinario éxito entre otros, por Adolfo D´Hastrel, Mauro Rugendas, Leon Palliere y Carlos Pellegrini”[5]. Este último había llegado al país como ingeniero durante la presidencia de Bernardino Rivadavia y se convirtió en uno de los retratistas más solicitados e influyentes de la década del 30, con una prolífica producción al lápiz, tinta china, acuarela y temple sobre papel.

[1] MUNILLA LACASA, 1999, p.111.

[2] Cfr. RIBERA, p. 121.

[3] MUNILLA LACASA, 1999, p.117

[4]Ibidem, p.117.

[5] RIBERA, p.113