La obra es parte de la serie de calvarios que Badi pintó en los años 40, como El calvario o Calvario grande. Utiliza el espacio como un escenario, en el que despliega los planos con una vista a vuelo de pájaro, que le permite describir diferentes escenas y personajes y ampliar su perspectiva. Pinta con una paleta de colores quebrados y tonos bajos que profundizan el tono trágico del tema y como en otras pinturas de tema religioso, un haz de luz enfatiza el punto clave de la composición: el Crucificado. Las formas espectrales del cielo y las ruinas acentúan el tono metafísico de la escena. Esta concepción de la imagen recuerda a la serie de óleos sobre la Guerra Civil española pintadas por Raquel Forner a fines de la década del 30.
Calvario refiere al sitio en las afueras de Jerusalén, donde tuvo lugar la crucifixión de Jesús. Su nombre proviene de la forma de calavera (Calvariae locus, en latín) que tenían las rocas de una de su laderas. Las tres cruces pertenecen, una a Jesús y las otras dos a los ladrones –según evangelios apócrifos- Dimas y Gestas.
María de la Paz López Carvajal
Badi, Aquiles
Buenos Aires, 1894
Buenos Aires, 1976
En su niñez vivió en Italia, donde obtuvo una Licencia Técnica en el Regio Collegio Tomasseo de Milán. En 1909 regresó al país para estudiar en la ANBA.
En Argentina, a principios del siglo XX y desde fines del siglo XIX, se estaba gestando la conformación del campo artístico. Aspecto que puede tenerse en cuenta desde 1876, momento en que se creó la AEBA. Desde entonces se generaron diversas instancias de formación y difusión cultural. Se creó el MNBA en 1895. En 1905 se nacionalizó la Academia de Bellas Artes. En 1910 se realizó el Salón del Centenario, y años posteriores, el Primer Salón Nacional. También surgieron otras agrupaciones independientes.
La década del 20 se presentó como el primer momento de actualización estética. Fue una etapa marcada por la llegada de los artistas que habían realizado su viaje de formación a Europa. Algunos de ellos conformaron el Grupo de París, entre los que se hallan: Raquel Forner, Alfredo Bigatti, Juan Del Prete, Héctor Basaldúa, Horacio Butler y Víctor Pisarro. Sus planteos estéticos se fundamentaron en una búsqueda de valores puramente plásticos, basados en el orden, el equilibrio, la armonía y en las enseñanzas recibidas en el taller de André Lhote.
En esa época, Badi se encontraba en Europa, visitando Italia y Francia. Por entonces, sus pinturas mostraron una gran influencia de los movimientos de vanguardia y de las tradiciones artísticas italianas. Temáticas como naturalezas muertas, figuras y motivos religiosos fueron propias del momento.
En 1924 se inauguró en el país la exposición de Emilio Pettoruti, provocando gran desconcierto en el público. También comenzó a publicarse la revista Martín Fierro, órgano de difusión de las nuevas expresiones artísticas ligadas a los movimientos de vanguardia europeos.
De regreso a Argentina, en 1936, Badi se acercó al grupo de artistas reunidos en torno a dicha publicación, el Grupo Martín Fierro. La estética de estos autores no presentaba ningún contenido ideológico de transformación social. En cambio, motivó a sus integrantes la necesidad de innovar en el lenguaje, incorporando cierto constructivismo cezanniano, expresiones de carácter surrealista y tendencias de tinte geometrizante o expresionista.
En aquellos años, al artista entabló relación con Horacio Butler, con quien dirigió el Atelier Libre de Arte Contemporáneo hasta 1939. Además, fue presidente de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos.
Durante el período que duró la Segunda Guerra Mundial residió en Milán. Allí, realizó pinturas murales y colaboró intensamente en la ilustración de diversas publicaciones. Entre ellas, La Lettura, revista mensual del Nuevo Corriére della sera, y Martedi, seminario literario de la casa Editora Bonpiani.
Realizó exposiciones individuales en la Galería del Milione de Milán, Amigos del Arte de Buenos Aires, en La Plata, y en el Concejo Deliberante de la Capital, entre otras.