Sede Macro
Del 04.03.10 al 13.04.10

Pequeñas alteraciones

Acevedo, Eladia

Foto de sala
Foto de sala

Repetición, cosmogonía y collar de Orión

Las transposiciones, desplazamientos y las expansiones de algo singular hacia su universalización han producido una buena cantidad de pensamiento, no sólo religioso, sino científico y de algunos otros tipos.
Darwin transpone la selección artificial de los criadores para creer que la naturaleza es una especie de criador universal que selecciona sus especies.
Freud estructura al sujeto desde la lectura de un mito (no sólo uno, pero sí uno que es fundacional).

Puedo pensar el universo como un único gesto: la repetición.

[
No sería el primero en reducir a un gesto una cosmogonía.
La religión católica basa la creación del mundo en un performativo que -por ser acto divino- realizaría lo que en el performativo suele ser posibilidad: el cumplimiento de la acción y -inextricablemente unido a esto- la inevitabilidad de su verdad absoluta.
]

No la repetición de un gesto sino el gesto sin gesto de repetir...
No se trata aquí de la repetición de algo que está perfectamente posicionado en el comienzo de una máquina que de allí en más se dedicaría a realizar un loop constante de ese único gesto, haciendo que -en ese movimiento- adquiera el lugar de la presencia a la que la representación tendería.
[
Lo anterior no distaría demasiado de ser una descripción -simplificada, ciertamente- de la metafísica que ha atravesado por un par de milenios el pensamiento de occidente.
]

No.
Colocarse (desde) en la repetición como tal.
Entonces.
Pensar como ese único gesto (no aquel primero, sino éste, especie de resto que no tiene origen) se expande hasta hacer universo.
Situarse en ese lugar; no en la factura de ese objeto, en la construcción obsesivamente meticulosa de una red -quizás menos visual que conceptual- (para eso está Eladia Acevedo); para sentir la posibilidad (desde una patencia que no habríamos sospechado antes de acercarnos) de que el universo entero podría ser un gesto, gesto repetido en la repetición como gesto que anula el principio.
Pero.
Para esto es necesario minimizar el gesto que podría devenir fundante. Minimizarlo hasta que desaparezca a favor de una repetición que parecería no provenir de nada más que de sí misma.
Abismar el origen, vaciar el espacio del gesto primigenio para que sólo quede lo que no "es" principio, y podría no tener fin.
Esto, como siempre, requiere un acto de complicidad.
Entrar en el universo Acevedo y sentir su posibilidad de expansión hasta abarcarlo todo desde ese sólo gesto que carece de unicidad.

Entonces.
Captar la amplificación que se produce de las más nimias diferencias. Experimentar cómo de la repetición parece nacer la diferencia, lo que no podría ser -por definición- repetición, su otro.
Ese trabajo que va y vuelve constantemente del detalle al infinito (tal vez del infinitésimo al infinito) podría capturar lo que -desde una posición kantiana- se llamaría sublime.
Probablemente no desde los lugares que definen -para Kant- lo sublime.
No estamos ante eso "más grande que todas las cosas grandes", o la inmensidad inabarcable a la vista, o el poderío de la tormenta irrefrenable.
Sin embargo.
Estamos ante esa incontable cantidad de ese mínimo elemento que constituye la obra por el sólo hecho de -sí, ya lo sabemos- repetirse.
Y ahí, sin embargo, en ese gesto y en ese acto: de percepción tanto como de producción -mejor dicho desde esos espacios de convergencia en que percibir es producir- aparece lo que no puede ser asido, la magnitud que no necesita la enormidad para que eso sea vasto, inabarcable, porque a lo que remite es a una operación que suspende la expectación en el acto de captar -con la mirada, como "hecho físico", pero que no agota el verbo- que no podemos captar porque lo que está ahí -objeto medible fácilmente, constreñido a un espacio perfectamente delimitado, porque (podemos decirlo), es una caja- se escapa por todos lados, se escapa y con él nuestra posibilidad de fijarlo dimensional y cuantitativamente.

Vuelvo.
A cierto pensamiento analógico.
Y pienso en los objetos fractales. Tengo la impresión de que estos objetos de Eladia Acevedo -aunque los sé construidos en la tridimensión- tienen una dimensión no aprehensible en la métrica euclídeo-cartesiana, que esos tres ejes no bastan (por supuesto que no) para dar cuenta, no de su sentido -lo que sería trivial- sino de su posición en el espacio.
Se aparece ante mí -¿analogía?- el collar de Orión, nombre que debía ser el de una galaxia y -en verdad- era el collar de un gato llamado Orión y que sí contenía, en una pequeña bola, una galaxia.

Roberto Echen

Febrero de 2010