Sede Macro
Del 16.10.08 al 02.03.08

Temporal

La exposición propone un conjunto de fotografías que se vinculan a través del sentido de su universo íntimo e intuitivo, poseen una cualidad de abstracción que desarticula el discurso narrativo de la imagen.

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Al ver y analizar las imágenes de Laura Glusman para la presente exposición pensé en cuanto hay de azar y de delirio en las creaciones artísticas. Pensé también en la imposibilidad de conectarse con el arte a partir de estructuras ortodoxas y esquemáticas que utilizamos en general para otros campos del conocimiento.

Por ello, para abordar en toda su dimensión poética y complejidad formal los procedimientos y las obras de Laura Glusman, resulta imprescindible, como primera medida, corrernos de los espacios convencionales.

La exposición propone un conjunto de obras en las que el concepto de serie diluye sus directrices para vincularse a través de sutilísimas líneas de sentido. De esta manera la artista se desmarca de la potencia de la imagen fotográfica para someterla a su propio universo íntimo e intuitivo. Sus fotografías, no necesariamente documentales, poseen una cualidad de abstracción que desarticula el discurso narrativo de la imagen.

La intención y el punto de partida aparecen desfigurados. Sólo se nos revela el resultado del particular encuentro entre la mirada de la artista y las imágenes capturadas. Y justamente en la evidencia de ese relato “incompleto” reside la fuerza y la virtud de estas obras. Como si hablaran más por lo que ocultan que por lo que muestran.

Las imágenes exudan extrañeza, y a la vez registran circunstancias temporales, transiciones, en un operativo en el que la búsqueda y la pérdida son dos caras de la misma moneda.

Hay algo en sus fotografías profundamente anárquico y a la vez encantado, pienso a la artista como el personaje de su obra “Magui”, alguien que está al margen de lo acontecido, presente pero sin posibilidad de actuar.
Presente en un escenario ajeno, o presente ante lo que ya aconteció o está aconteciendo, todo en paralelo. Órbitas que se cruzan pero no se alteran entre sí.

La mirada se esfuerza por captar y poseer la imagen, y la imagen y el recuerdo de la imagen, se convierten en esa otra vida que el autor puede o necesita otorgar, quizás para prolongar su propia vida, recordarla, animarla y ejercerla. Y es eso lo que me seduce en ellas: su inmediatez, su naturalidad y su frescura en un medio normalmente plagado de artificio y destreza.

Personas, interiores, arquitecturas, naturaleza, todo está allí, sumido en un devenir pausado, inevitable, ni bueno ni malo, que comenzó quien sabe cuando y quien sabe cuando terminará. Como una necesidad de fotografiar para recordar que allí hubo algo y que ese recuerdo revive transfigurado en cada nueva mirada.

Ensimismada, arbitraria, caótica también, la cámara es sin duda el lugar de los propios ojos. Por eso no hay discurso, es un mundo de espontaneidad y gesto, de vínculo y afectos. El vínculo entre obra y artista es, en este caso, indisoluble. Ella es sus fotos, y las fotos son siempre, de alguna manera, autobiográficas. Las imágenes son suaves porque debe ser suave su modo de andar. Las imágenes son impecables porque debe ser impecable su manera de actuar y hacer. Las imágenes son silenciosas, tristes y húmedas, porque así se le revelan las cosas y los otros. Lo que empezó en Berlín puede continuar en Rosario o en el Death Valley y volver a los márgenes del Paraná, porque el tiempo también le ocurre de ese modo, inconexo, salteado, y hoy no es un día que continúa al ayer, sino quizás la prolongación de un tiempo que quedó colgado meses atrás.

Andrés Duprat
Buenos Aires, noviembre de 2008.

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