Sede Macro
Del 05.07.07 al 05.08.07

Objetos únicos

Exposición de objetos diseñados en vidrio y cristal por la Cristalería San Carlos

Castagnino+macro

De esos objetos únicos…
Se ha dicho alguna vez que los grandes descubrimientos pudieron haber sido fruto de conocimientos congénitos, inherentes al ser humano, que emergieron para develarse, signarse y ordenarse en el cosmos. Este fue el caso de un excéntrico y un borracho que, en una palabra furtiva, plasmada en un objeto único, descubrieron los secretos del universo y la creación.
Ariel Dorsaacson, profesor de Literatura abocado a la investigación del lenguaje cabalístico y Juan Fuentes, empleado en vialidad de la provincia, sólo tenían en común la costumbre de frecuentar el mismo bar, un espacio postergado en la memoria urbana justo detrás de la antigua estación de ferrocarril.
Una noche Fuentes le relató a Dorsaacson una serie de sueños absurdos e indescifrables para el empleado vial, donde recurrentemente se originaba un acertijo. Tras la resolución del mismo cuatro ancianos presagiaban, en una sola palabra y en un único objeto, el conocimiento total del universo. Por la descripción de Fuentes, Dorsaacson dedujo que se trataba de los cuatro sabios que habían entrado al Pardes: Ben Azai, Ben Zoma, Aher (Elisa ben Abuiah) y Rabí A´kiva. Este último era quien terminaba cada noche revelándole a Fuentes que “sólo la aproximación a la soda sería la verdadera” y que “las palabras escondidas en la tora se agrupan donde descansa el vino” que “allí aguardaría la verdad absoluta”. No resultó complejo para Dorsaacson trabajar sobre el registro lingüístico de su compañero y descubrir que con “tora”, Fuentes refería a la Torah y que lo advertido como “soda” hacía alusión a sôd,la cuarta aproximación básica a los modos de aprehensión de la sagrada escritura. Lo encriptado para Dorsaacson se hallaba en el fragmento “donde descansa el vino”. Fue entonces cuando en un impulso de literalidad ambos alzaron de su mesa de bar, el pingüino de cerámica en el que bebían cada noche el vino de la casa. Sobre la base de la jarra se estremecía una inscripción. Fue así como en una sola palabra, en un único objeto, se regocijaron con los secretos del universo y la creación.