Castagnino
Del 16.12.22 al 09.04.23
Julio Vanzo en tres actos. 1920-1944
Curadoras: María de la Paz López Carvajal y Romina Garrido
La exposición recorre el período de producción de entreguerras de Julio Vanzo y revisita las grandes temáticas del autor a partir de un grupo de obras muy significativas, muchas de ellas inéditas.
Julio Vanzo (Rosario, 1901-1984) fue protagonista de nuestra historia como pintor, ilustrador, escenógrafo, escultor y también como secretario del Museo Castagnino entre 1938 y 1946. Transitó el siglo XX afianzando su obra en la investigación del lenguaje plástico y sus posibilidades expresivas y logró una manera personal que fue sincronizando con la coyuntura socio cultural de su tiempo.
El museo posee hoy 268 obras de su firma. El conjunto fue conformándose desde el año 1939 a través de compras, premios adquisición y donaciones. Entre estas últimas, la más significativa fue la efectuada por su familia en 2009 que incluyó gran parte de las obras de arte que el maestro guardó en su taller hasta el final de su vida: pinturas premiadas en diferentes ocasiones, varios retratos, obras representativas de sus diferentes etapas de producción y sobre todo, infinidad de bocetos, estudios y obras de pequeño formato que sugieren la intimidad del ensayo, de la experimentación, del ejercicio.
El conjunto plantea perspectivas de estudio diferentes: por un lado, la catalogación de cada una de estas obras de arte —que despliega un universo de información particular— y por otro, el estudio de las características de esta colección dentro de la colección del museo, que aportó nuevos significados a las que ya integraban el acervo.
Esta breve exhibición hace foco en tres temas que atraviesan su complejidad: los retratos de Rosa, el teatro y las modelos en el taller. Cada módulo incluye obras que vieron la luz en los circuitos de difusión contemporáneos —de hecho algunas recibieron honores, otras fueron publicadas— y otras que se mantuvieron en reserva, que son inéditas y que registran y potencian el ímpetu y la lógica de sus búsquedas. Estas últimas —que permanecieron a resguardo en su taller durante ocho décadas— nos permiten hoy delinear un perfil de artista que renueva nuestra mirada sobre la totalidad de su obra: la figura de Vanzo como autodidacta. Este hecho ilumina un modo de transitar la práctica, de apropiarse de los lenguajes vanguardistas de principios de siglo, visitándolos con la soltura de una mirada no programática. En su oscilación entre la ilustración, las escenografías y las artes plásticas, Vanzo encuentra un espacio para la experimentación formal que da lugar a una obra singular en el contacto temprano con lo nuevo.
I. Los retratos de Rosa
Esta serie de retratos tienen como protagonista a Rosa Wernicke, la mujer con quien Vanzo compartió casi cuatro décadas de su vida. Escritora, crítica literaria y periodista, transitó junto al maestro los límites difusos entre la literatura y el arte en las décadas del 30 y del 40. Trabajaron en colaboración para diarios, revistas y ediciones de libros, entre ellos, Las colinas del hambre, la novela de Rosa que recibió el premio municipal Manuel Musto y fue publicada por Claridad en 1943. La pintura El saco rojo recibió ese mismo año el premio adquisición en el IV Salón de Artistas Rosarinos y desde esa fecha integró la colección del museo. El resto de los retratos fueron conservados en la casa-taller hasta la muerte del pintor e ingresaron junto a la donación familiar recibida en 2009.
El conjunto ofrece una nueva perspectiva para su interpretación: la melancolización de la figura de Rosa. Con variaciones, en imágenes más expresivas, cercanas a lo onírico o al retorno al orden, Vanzo la convierte en la protagonista del modelo iconográfico iniciado por Durero en época renacentista para expresar el temperamento del creador, la angustia y perturbación intrínseca al mito del genio artístico. Con la mirada perdida hacia el espectador o sentada, con la cabeza sostenida por su mano, con un sutil gesto de desánimo, de desaliento, Rosa también expresa la melancolía moderna. Vanzo ensaya, tal vez, un doble sentido: por un lado la inscribe en el repertorio de imágenes de entreguerras, expectante frente al vacío provocado por la crisis de las utopías, la falta de certezas, la irrupción de los autoritarismos y por otro, cita un enorme conjunto de retratos de la historia del arte que durante más de cuatro siglos han retomado la iconografía dureniana para indagar en la expresión de la intensidad y la desesperación del proceso creativo, la fugacidad de la vida, los sueños de la razón.
II. El teatro. Retratos y escenografías
Vanzo fue un artista movedizo, comprometido con una idea del arte que no se restringía exclusivamente a la obra plástica. Su interés por la literatura y la dramaturgia hizo que expandiera su práctica, entre otras cosas, al campo escenográfico. En plena emergencia de la vanguardia, lo que hasta entonces había sido considerado como artes aplicadas comenzó a integrarse al dominio del arte propiamente dicho. Vanzo, muy a tono con las discusiones del momento y marcado por su oficio de origen como ilustrador, encarna esta visión expansiva del arte.
Realizados en témpera, los diseños para escenografías que integran la muestra no fueron expuestos por Vanzo en vida y tampoco hay registros de que los haya trasladado efectivamente al espacio escénico. Algunas de estas piezas se encuentran incluso inacabadas y ninguna de ellas posee fecha de ejecución cierta, sólo contienen referencias a las obras teatrales que las inspiraron. Cuatro de ellas refieren a obras del dramaturgo italiano Luiggi Pirandello publicadas entre 1915 y 1920, a las que se suma El hombre y sus fantasmas de 1925 del autor francés Henri Lenormand, ambos autores ligados a la renovación teatral de las primeras décadas del siglo XX. Esta última, presenta grandes similitudes al diseño escenográfico realizado también en 1925 por el artista e ilustrador alemán Oskar Schlemmer para la obra Don Juan y Fausto del autor alemán Christian Dietrich Grabbe. La serie que Vanzo dedica al autor italiano, trasluce una atmósfera metafísica, muy cercana en clima y composición a los diseños escenográficos del artista y escenógrafo italiano Enrico Prampolini, partícipe de la escena vanguardista italiana junto con Marinetti y el mismo Pirandello. Este último visita la Argentina en 1926 y 1933 y con él desembarca el teatro nuevo que tendrá un desarrollo importante en nuestro país hacia fines de la década del treinta.
Los dibujos a tinta que componen este núcleo retratan a actores y actrices del momento como Berta Singerman, Hortensia Arnaud y Rosita Arrieta, publicados en diferentes medios gráficos entre 1927 y 1928. En ellos también se trasluce la influencia vanguardista ligada al universo gráfico de la cartelería de entreguerras, que circulaba en revistas de la época como Martín Fierro. La proliferación de publicaciones marcó un tiempo en el que las y los artistas creaban sus propios medios de difusión y circulación para las nuevas ideas y propuestas visuales de las que Vanzo fue un activo impulsor.
III. El taller y las modelos
El taller ha sido para Vanzo el laboratorio en el que fue macerando todo su universo estético. Allí gestó una reserva de ideas, imágenes, pruebas y experimentos a los que siempre retornó. Es evidente que recurrió a esa fuente para desplegar su vasto campo de acción pictórica, sus recursos y motivos que desarrolló a lo largo de toda su carrera artística. El taller fue el espacio de libertad que le permitió preservar las inquietudes tempranas de aquel artista joven que se aproximó a los lenguajes de las primeras vanguardias con la frescura del recién llegado.
Las acuarelas y los desnudos a tinta permanecieron en su taller a resguardo de la mirada pública hasta su muerte, a excepción de Las modelos de 1927 para las que encontró un medio alternativo de exposición en una página de La Gaceta del Sur en 1928. Recién hacia fines de la década del treinta Vanzo ganó visibilidad en los circuitos institucionales de los salones, al obtener el primer premio del Salón Anual de Artistas Plásticos Rosarinos de 1940 con el óleo Modelos, descanso.
Estas pinturas de inicios de los cuarenta recuperan en gran medida la geometrización de las acuarelas de los veinte, aunque ya no proponen un facetamiento de los volúmenes sino que es la pincelada la que se geometriza. En ambos casos, alcanza un alto grado de síntesis en la representación de las figuras, presentando, en las más recientes, una deriva expresionista que toma distancia de aquellas, tanto en la presencia de manchas que se despegan autónomas de la superficie pictórica como en el universo cromático de esos cuerpos modulados con verdes. En estas composiciones, Vanzo pinta su taller poblado de mujeres desnudas —sus modelos— que crecen en el espacio, adoptando en algunos casos, cierta monumentalidad.
Si bien los dibujos a tinta de 1921 también se ven influenciados por operaciones de geometrización, lo hacen en una atmósfera que difiere de las acuarelas: la tensión en sus composiciones se ve acentuada por la fuerza de diagonales que atraviesan los planos, los altos contrastes y las tramas gráficas que construyen la figura humana. Todos estos elementos están dispuestos en función de una idea del cuerpo como máquina, articulado a partir de engranajes que proyectan movimientos y torsiones.
La importancia y recurrencia del desnudo en su obra lo llevó a realizar estudios exhaustivos del tema, que compartió en 1940 a través de la conferencia “Evolución histórica del desnudo” en el hall central del Museo Castagnino, el mismo sitio en el que hoy se desarrolla esta exposición.
Material para descargar
Párrafos de Las colinas del hambre elegidos y leídos por la escritora Beatriz Vignoli (16044 Kb)